Música
y emoción: están tocando nuestra canción
La
música es capaz de evocar emociones de forma poderosa. Ello resulta intrigante,
pues la música, al contrario de otros estímulos capaces de evocar emociones,
como los olores, sabores o las expresiones faciales, no posee, al menos de
forma obvia, un valor intrínseco biológico o de supervivencia. Se han
caracterizado algunas de las respuestas fisiológicas que se producen en
respuesta a la música, pero los correlatos neurales de las respuestas
emocionales a la música, su relación con la percepción musical o con otras
formas de emoción no han sido definidas. Una forma de poder objetivar estas
repuestas es medir las emociones negativas generadas por las disonancias o la
desafinación, que parecen ser relativamente consistentes y estables, sin estar
influenciadas por las preferencias musicales. Sin embargo, la respuesta a la
disonancia es un fenómeno cultural, de forma que los oyentes occidentales,
acostumbrados a un tipo de música generalmente tonal responden de forma más
intensa a la disonancia, incluso en ausencia de un entrenamiento musical. Ello
refleja, posiblemente, la internalización de las reglas tonales, y la reacción
frente a la trasgresión de éstas.
Se ha
comprobado que la percepción de estímulos musicales placenteros o
displacenteros produce cambios en algunos de los sistemas de neurotransmisión
cerebrales. Así, la audición de estímulos musicales desagradables produce un
incremento en los niveles cerebrales de serotonina, una neurohormona que ha
sido relacionada con fenómenos cono la depresión o la agresividad e incluso se
ha podido correlacionar el grado de displacer con el incremento de sus niveles
(Evers y col., 2000).
El
impacto de la experiencia musical sobre la esfera emocional es especialmente
importante en determinados colectivo, como el de los adolescentes, en los que
tiene una función integradora, ya que les permite formar una imagen del mundo
exterior y satisfacer sus necesidades emocionales.
De
todo ello podemos concluir que la música ejerce un poderoso impacto sobre una
estructura en la enorme plasticidad del cerebro que emerge de la interacción de
fuerzas de carácter genético y ambiental. En los últimos años se ha renovado el
interés por estudiar al ser humano desde una perspectiva integradora, sin
olvidar el sustrato neurobiológico sobre el que se asientan los fenómenos
mentales, sin caer en el organicismo radical. En el momento actual existen
innumerables argumentos científicos que sustentan un modelo de organización de
sistemas en el que los aspectos físicoquímicos o celulares afectan a niveles
superiores de organización. Así, los cambios neuroquímicos que la música es
capaz de producir en la química del cerebro tendrán consecuencias conductuales
claras, incluso en la esfera cognitiva.
Pero,
¿cómo podemos trasladar la actividad de una neurona o de una red neuronal a la
complejidad de la conducta humana o, en nuestro caso, a la complejidad de la
experiencia musical? Lo que resulta evidente en un primer golpe de vista, en un
nivel que podríamos denominar macroestructural, es que el cerebro se divide en
dos mitades, aparentemente iguales, los hemisferios cerebrales. La mitad izquierda
recibe información y controla los movimientos de la parte derecha de nuestro
cuerpo, de forma que las dos mitades de nuestro cerebro y de nuestro cuerpo
están 'cruzadas'. Cada uno de los hemisferios parece cumplir una función
biológica diferente. Así, en lo que se refiere a las habilidades musicales,
diversos estudios de neuroimagen, que permiten detectar las áreas de activación
cerebral durante la realización de una tarea particular, y el estudio de las
consecuencias de lesiones cerebrales en áreas concretas han permitido inferir
que el hemisferio izquierdo está implicado en la regulación precisa de las
acciones motoras y en el establecimiento de un orden serial de secuencias
motoras repetitivas. Desde el punto de vista perceptual, el hemisferio izquierdo
participa en el análisis temporal de secuencias auditivas no verbales y desde
hace tiempo es bien conocida su implicación fundamental en el procesamiento,
comprensión y producción del lenguaje. Por el contrario, el hemisferio derecho
controla la prosodia del lenguaje y la entonación en el canto. Así, las
lesiones en el hemisferio derecho no alteran el lenguaje, pero dan lugar a la
producción de un habla monótona, sin inflexiones. Contrariamente, las lesiones
en áreas del hemisferio izquierdo hacen que el paciente no pueda hablar, pero,
sin embargo, se mantiene la capacidad de cantar canciones con letra. En
concreto, en la experiencia musical esta lateralización es muy evidente, y se
dan procesos que implican primariamente a uno u otro hemisferio. El análisis de
pacientes con lesión selectiva en uno u otro hemisferio cerebral ha permitido
determinar la existencia de un procesamiento secuencial de la información
musical, de tal forma que el hemisferio derecho realiza un reconocimiento
inicial del contorno melódico y la métrica y, posteriormente, el hemisferios
izquierdo realiza un análisis detallado de las características tonales y la
identificación del intervalo y el ritmo. Ello permite sugerir la existencia de
un sustrato neural fragmentado y específico para las dimensiones melódica y
temporal, a cuya formación y desarrollo contribuirán la musicalidad y la
conducta musical del individuo (Schuppert y col., 2000). El estudio neurológico
de diversos casos de amusia (pérdida de la capacidad musical tras producirse
una lesión cerebral) han permitido proponer que las tareas ligüísticas y
musicales e incluso el procesamiento de la información de carácter melódico y
rítmico dependen de estructuras cerebrales independientes. Esta disociación
funcional tiene a su vez un correlato neurológico, de forma que podría hablarse
de una organización en módulos funcionales. De hecho, la amusia puede
producirse por la lesión de áreas discretas de muy pequeño tamaño, que con
frecuencia se sitúan en un solo hemisferio cerebral. El análisis de estos casos
de lesión concreta ha permitido concluir que el lóbulo temporal superior, una
región específica de la corteza cerebral, juega un papel crucial en el
procesamiento melódico.
La
complejidad del procesamiento cerebral que lleva a cabo un músico implica una
fenomenología biológica aún por esclarecer. Más aún cuando se ha podido
comprobar que las áreas cerebrales activadas durante la audición musical son
sustancialmente diferentes en personas con entrenamiento musical y en aquellas
que no lo poseen. De entrada, se ha descrito una diferencia general entre
personas 'musicales' y 'no musicales', sugiriendo que tal habilidad no se
encuentra universalmente y, por tanto, asumiendo de forma implícita que existe
un innatismo musical. Esto, en algunos casos, ha supuesto una cierta
discriminación de aquellas personas que carecen de la habilidad musical innata.
Un estudio británico sugería que más de tres cuartas partes de los educadores
en música consideran que un niño no llegará a ser buen músico a menos que posea
ese talento innato. De hecho, no existen por el momento evidencias científicas
que apoyen la existencia de una base genética clara para la habilidad musical.
El Estudio de gemelos de Minnesota establece un nivel de correlación para la
habilidad musical mucho más bajo en aquellos gemelos criados separados que en
los que han vivido en la misma familia, sugiriendo que la experiencia familiar
contribuye sustancialmente al desarrollo de la habilidad musical. De igual
manera, un estudio realizado con gemelos (Coon y Carey, 1989) concluyó que la
habilidad musical en los adultos jóvenes está más influenciada por los aspectos
educacionales que por los aspectos genéticos. Así pues, la propia plasticidad
cerebral conlleva que no caigamos en la tentación de rechazar a aquellas
personas que no poseen esta habilidad innata para el ejercicio de la música.
La
habilidad musical
Lo
que podríamos denominar 'habilidad musical' no es en realidad un concepto
unitario. Se trata, en realidad, de un conjunto de habilidades y aptitudes
musicales concretas que incluyen elementos perceptivos, ejecutivos y de
memoria, tanto sensoriomotora como de memoria tonal, o imaginería auditiva.
Dentro de las aptitudes concretas podríamos mencionar las relativas al tono,
timbre, ritmo, intensidad o armonía, tanto en sus aspectos perceptivos como
ejecutivos. Tales aptitudes concretas pueden ser específicas o aparecer de
forma conjunta en un mismo individuo.