Música para las neuronas
Ningún
otro estímulo involucra de una manera tan completa como la música a todo el
cerebro
Cristina Sáez
Existen sociedades sin escritura, pero ninguna sin
música. Es universal. Todos somos capaces de escuchar una canción, entenderla y
disfrutarla. ¿Somos seres musicales?
No lo podemos remediar. Sin darnos cuenta, comienza a
sonar una canción y el pie se nos va; canturreamos estribillos; esbozamos una
sonrisa cuando oímos el tema con el que nos dimos el primer beso; si estamos
tristes, nos ponemos una balada una y otra vez, y nos sumimos más en nuestra
miseria. Y, en cambio, saltamos y bailamos a ritmos de melodías marchosas ante
una buena noticia.
Decía Tolstoi que la música era la taquigrafía de las
emociones y, al parecer, científicamente esa frase encierra mucha verdad,
porque las notas son capaces de influir en nuestros sentimientos y estados de
ánimo, y están enraizadas en nuestra consciencia individual. Además, es algo
universal. Todas las culturas que habitan la Tierra tienen canciones. Y, de
hecho, ese es uno de los grandes misterios de la música: puede que haya gente
con más talento que otra, pero todos tenemos la capacidad de disfrutar de ella,
incluso de tocar un instrumento o de cantar.
Porque, aunque no nos parezca a simple vista algo
extraordinario, lo es. La música es una sucesión de señales acústicas que
nuestros oídos recogen, envían al cerebro, donde se decodifican y se les da un
sentido y un significado. ¡Todo eso pasa en fracciones de segundo! Y para ello,
el cerebro tiene que involucrar a las emociones; son ellas las encargadas de
convertir el sonido en algo inteligible. Y que todos seamos capaces de hacer
eso de forma inconsciente quiere decir que poseemos, como especie, cierto
instinto musical. Que somos, de hecho, seres intrínsecamente musicales.
Para el divulgador científico Philip Ball, editor de
la prestigiosa revista 'Nature' durante más de 10 años y autor de 'El instinto
musical. Escuchar, pensar y vivir la música' (Turner, 2010), “el cerebro posee
de forma natural estructuras para la musicalidad y usa esas herramientas de
forma consciente o no. La música no es algo que escojamos hacer, sino que está
en nuestras funciones motoras, cognitivas y auditivas. No podríamos eliminarla
de nuestras culturas sin cambiar nuestros cerebros”.
Y eso resulta curioso, evolutivamente hablando.
Porque, a simple vista, la música parece sencillamente un acto de placer. Algo
que nuestro cerebro hace sin otro objetivo que el disfrute. Pero eso es
complicado de explicar desde la ciencia, puesto que, como afirma el
neurocientífico Francisco Mora, autor, entre otros libros, de 'Cómo funciona el
cerebro' (Alianza Ed, 2009), “no hay nada que haya codificado el cerebro humano
que no tenga el valor supremo, verdaderamente sagrado, que es el de la
supervivencia. El cerebro no enseña nada ni mantiene nada que no sea
fundamentalmente para mantenerte vivo”. ¿Por qué la música tiene ese valor? La
ciencia ha comenzado a buscar y a hallar posibles respuestas a esa pregunta.
Según defiende Philip Ball en su último libro, “la música es, de hecho, lo que
en buena medida nos hace humanos”. Sin ella, afirma, muy probablemente nos
hubiéramos extinguido hace mucho, mucho tiempo.