El
poder de la música
Si los padres cantan e interactúan con su hijo o hija,
su lazo afectivo se hace más fuerte
Por: Patricia
Orellana
Todo lo positivo que
el niño percibe desde que está en el vientre y durante los siguientes cinco
años, repercute en su desarrollo.
Por
eso, es mejor que las buenas vibras lleguen a él a través de un arte que
conjuga los sonidos y los convierte en expresión y sentimiento: la música.
Escucharla
a un volumen adecuado contribuye a estimular la inteligencia, porque favorece
la atención, memoria y concentración, y, por tanto, el aprendizaje.
Cuando
los niños escuchan las canciones y ven los movimientos o gestos que las acompañan,
tratan de imitarlos, con lo cual se enriquece el área del lenguaje y de ritmo
necesario para hablar y leer, explica Lissette Morataya Arriaga, psicóloga
infantil y psicopedagoga.
Si
los padres cantan e interactúan con su hijo o hija, su lazo afectivo se hace
más fuerte, así que las razones abundan para que se preparen con un vasto
repertorio musical.
Desde
el vientre
El
nuevo ser que crece en el vientre materno capta todo lo que sucede a su
alrededor. Bastante de lo que percibe son sonidos, afirma Felipe de Jesús
Ortega, médico, psicólogo clínico y musiterapeuta.
“El
tipo de música que la madre escucha cuando está embarazada, y el estado de
ánimo que ésta le provoca, son transferidos al bebé e influyen en su psiquis”,
agrega.
“El
sentido del oído se desarrolla entre el 4to. Ó 5to. Mes de gestación. A través
de este canal se inicia una comunicación entre madre e hijo y se perciben las
vibraciones que luego repercuten en el organismo”, expresa Ortega.
“Captamos
estímulos y reaccionamos a ellos. Los ritmos suaves transmiten tranquilidad, y
con ello la respiración se torna más pausada, hay mejor oxigenación y todo el
organismo trabaja mejor.
A
la vez, las ondas cerebrales perciben la música y la transforman en disminución
de la tensión psíquica y física, produciéndose cambios bioquímicos que dan
bienestar”, asegura el experto.
Por
eso se recomienda que el bebé tenga contacto con la música desde que está en el
útero, ya que, según estudios científicos, al nacer recuerda y reconoce lo que
percibía dentro, y cuando oye una melodía conocida -y más aún si fue repetidas
veces -, la asocia a sentimientos de seguridad, calma y bienestar, expresa
Morataya.
Además,
el gusto de la madre por escuchar buena música se transmite. La clásica relaja
a la embarazada, siempre y cuando se encuentre en un ambiente tranquilo, libre
de ruidos. Esto provoca, a su vez, efectos positivos físicos y mentales en el
pequeño, indica Ortega.
“Se
ha visto que quienes siguen el programa del Efecto Mozart (ver nota secundaria)
desarrollan más habilidad matemática y agilizan la adquisición de lenguaje. Los
estudios demuestran que quienes la escucharon desde el vientre son menos
irritables y cuando se deleitan otra vez con esas piezas se relajan, y
malestares como cólicos, diarrea o reflujo disminuyen”, afirma la psicóloga
clínica Ana María Andreu de Rosito.
Asimismo,
los hijos de mujeres que durante su embarazo escucharon una melodía diferente
en el día y otra en la noche las recuerdan y diferencian el día de la noche,
por lo que se les hace más fácil dormir.
En
la educación
De
Rosito explica que “a través de la música o temas infantiles el niño aprende
colores, formas, animales y a reproducir sonidos, siempre y cuando estén bien
articulados, por lo que se observa en ellos un mejor desarrollo integral”.
Además,
se fomenta la cooperación y socialización, agrega Morataya. En cuanto a la
educación musical, también tiene como objetivo el descubrimiento de las
capacidades expresivas, artísticas y psicomotrices.
En
la infancia, la música debe ser un componente lúdico; es decir, debe ser
apreciada como un juego de sonidos y lenguaje corporal. De esa manera, el
aprendizaje será más efectivo, asegura Morataya.
Antes
de comprarle un instrumento musical a su pequeño, proporciónele conocimientos
generales para que él decida cuál prefiere. A los 4 ó 5 años, es una etapa en
la que están abiertos al aprendizaje.
También,
a esa edad son capaces de decidir qué instrumento prefieren, señala Ortega.
Un
alivio
La
música como terapia contribuye a descargar sentimientos, emociones y a resolver
conflictos.
El
arte es la música, y la ciencia, la terapia. Para que se utilice como tal,
tiene que ser aplicada de manera profesional explica Morataya.
Se
presenta como método alternativo que contribuye a aliviar estados ansiosos en
las madres y a expresar sentimientos de amor y ternura a través de actividades
artísticas.
Técnica:
El efecto Mozart
Así
se denomina un programa musical que tiene como objetivo propiciar el
aprendizaje, desarrollo social y afectivo a través de una serie de melodías del
compositor austriaco Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791).
Lo
que se busca con esto es que el niño se exprese a través de la música, opina De
Rosito, directora del Preschool and Daycare, colegio internacional Claparade
donde trabajan con esa técnica.
Dicho
método se emplea por su efecto positivo en los pequeños, de acuerdo con su edad
y la actividad que ejecuten.
El
programa en general está dirigido a tres grupos: bebés, niños menores de 10
años y mayores de 10.
Comprobado
En
1998, el neurobiólogo Gordon Shaw, de la Universidad de California en Irving,
EE.UU., utilizó para sus experimentos la música de Mozart.
El
objetivo era comprobar si sus melodías podían potenciar temporalmente la
capacidad de imaginar formas.
Esta
es la base de los procesos cognitivos que intervienen en la creación de una
imagen mental y de muchas operaciones matemáticas.
El
investigador pidió a 79 estudiantes que imaginaran las posibles formas de un
papel luego de doblarlo y recortarlo.
Al
concluir la prueba, un grupo permaneció en un salón en silencio durante 10
minutos, otro escuchó una sonata para piano de Mozart y, un tercero, una
historia grabada en cinta o una pieza de música minimalista.
A
continuación, todos repitieron la misma prueba. En este segundo intento, los
estudiantes que habían escuchado a Mozart imaginaron un 62% más de posibles
formas que podría llegar a tener el papel.
En el grupo que permaneció en silencio, ese
incremento fue sólo de 14% y, en el tercero, del 11%.